sábado, 6 de enero de 2007

El final de los baldes (relato)

Vastedades de arena. Por donde mis ojos ven: arena y escasos yuyos, altos. Entre dunas veo matas, no pueden ser más que yuyos. Hay veces en que huelo y hasta puedo divisar una ó dos franjas de playa. Supongo que debo decir costas. Adivino una mancha azulverdosa en el límite de esas costas. Vago en un cabo, humedecido en su longitud, inabarcable, solitario. Intentar ganar las costas, cualquiera de ellas, es tarea más que inútil. El viento detiene mi precario avanzar, o la arena, no sé. Mi edad.
Cansancio de acumular miles millones de pasos entre cambiantes morros, vastedades resecas permiten que avance deteniéndome. Despierto con el Sol abrasando la piel en mi rostro. Mi rostro, dejé de verlo; hace siglos, imagino. Sé, siento, que ha mutado al ritmo inacabable de las arenas, del oleaje de los médanos. Mis manos, no puedo ya verlas. Mis manos, mi rostro; fuesen dichosas, lozano. Vastedades de arena. La bruma permite divisar un faro, o lo que parece un faro. Lejano, enhiesto a pesar del tiempo y las blancas crestas de la sal. Horadado, brilla siempre su vuelta completa; sé de la noche, entonces.
Pude recordar, cierta vez bajo sus reflejos truncos, mis tiempos vividos, cuando con mis hermanos y hermanas bañamos nuestras humanidades desnudas mutuamente, salpicando las risas juveniles en la tierra grasosa de jabones, evitando el final de los baldes al enjuagar. El Sol nos entibiaba la carne, natural fervor. Es imposible pensar tentar alcanzarlos. Sé esto y lo repito minuto a segundo, mis dislocadas piernas no descansan ni detienen su avance. Estático, busco alcanzar el recuerdo, el faro, indistintamente. Tuve una Lengua, un idioma que decían mis palabras. Vi equinoccios memorables, artífices. Olvidé lo que sus letras decían, olvidé qué es equinoccio, olvidar. Brusco caigo, exhausto, detenido por un segmento. Creo haber llegado así al final. Me engaño: todo recomienza. Las arenas acumuladas, por acción del viento, sepultan parcialmente lo que queda de mí en este trajín. Amanece con cierto sopor. Noto las dunas: han cambiado de posiciones. Puedo oler la Mar. Sueño su fresco lomo blancoazul despierto entre lo áspero y la consistencia del sueño. En su vastedad, transportan todo a planos diferentes, mis despojos. Errátil, sin tiempo en un océano de arenas que no me ahoga ni sepulta, vago. Vastedades de arena, eso soy.
Eso fui.
Eso seré.


- julio t. – 2000 – uruguay/rosario -

No hay comentarios: